El desafío de enhebrar dibujos y palabras

El desafío de enhebrar dibujos y palabras

La aventura compartida por Carlos Alonso y Carlos Presman. Viaje artístico literario por el cuerpo humano.

La aventura, el gran desafío, de “ponerle dibujos y palabras al cuerpo humano”, llegó al final de la travesía. Cuando nos enteramos, nos llenó de júbilo y de paciente espera. La enorme noticia alcanzaba su osada dimensión al saber que el dibujante era, nada menos, que Carlos Alonso, un maestro de la pintura, el artista cordobés que es reconocido en todo el ancho mundo. Pero la apuesta se duplicaba, porque el encargado de ponerle palabras, sería nuestro amigo Carlos Presman, un ser entrañable atravesado por la medicina y la literatura. Precisamente, era él, desde la revista digital Intramed, de abril del 2020, el que nos participaba que el desafío había comenzado, que la aventura iniciaba su proceso. Después de tres años, el libro es hoy una realidad. Un verdadero trofeo, que podemos disfrutar del arte de enlazar dibujos y palabras, sobre el cuerpo humano. Los textos de Presman siguen el itinerario de los trazos de Alonso: cara, nariz, ojo, boca, oreja, mano, pie, piel, tórax, corazón, pulmón, abdomen, genitales, cerebro. El cuerpo entero. El libro se  abre con dos frases de los protagonistas. Carlos Alonso elige decir: “Dibujar es romper el miedo y el silencio”. No son meras palabras. Alonso se ha batido a pincelazos contra la última dictadura militar, que le arrebató a su hija Paloma. En tanto, el otro Carlos, prefiere usar la medicina para luchar contra los poderosos que dominan el mundo: “A lo largo de la pandemia murieron unas 5.500.000 de personas. En igual periodo murieron 7.000.000 de hambre”. El pórtico de entrada es prometedor. El libro, de reciente aparición, titulado Cuadernos de Anatomía de Carlos Alonso, fue editado por la Editorial Universitaria Villa María. (Luis Rodeiro, director periodístico de ETHICA DIGITAL)

Entre un no y un sí pasaron tres años

En esta historia hay un libro, que actuó de disparador. Según nos cuenta Carlos Presman, siempre inquieto por el mundo de la literatura, gran lector, entre paciente y paciente, había quedado colmado leyendo El Cuaderno de Bento, de John Berger, allá por el año 2011. Y, como una suerte de regla, cuando uno queda colmado, quiere comunicarlo, contarlo, hacer partícipe de la experiencia –en este caso literaria- a un ser cercano, que íntimamente sabe lo conmoverá. Presman y Alonso son viejos amigos, quizás –no lo sé- esa amistad haya nacido a partir de un acto médico, pero que fue más allá compartiendo una mirada sobre la realidad, valores comunes y actitudes semejantes. Al leer a Berger, el médico siente la necesidad de llevarle al pintor, esa obra de alta profundidad literaria que está conjugada con sus dibujos y bocetos. A las pocas semanas, Presman no se había equivocado. Alonso había quedado impactado y sin más le propone al médico y escritor hacer un libro conjunto, con la misma intención de Berger: “Quienes dibujamos no sólo dibujamos a fin de hacer visible para los demás algo que hemos observado, sino también para acompañar a algo invisible hacia su destino insondable”.

Presman relata en la introducción de Cuadernos de Anatomía, que su respuesta fue “un lacónico no”. Sin embargo, ese “no”, inexplicable hasta  para él, le da vuelta en su cabeza, lo persigue durante largos tres años y luego de un viaje a París, viene decidido a cambiar ese no inexplicable, en un sí rotundo. Con la paciencia de los cultores del arte, el Maestro había esperado esa respuesta y le responde como si ni hubiere pasado el tiempo: «Venite ahora y empezamos».

Recuerdo Presman: “Durante tres años nos encontramos periódicamente en su atelier de Unquillo, contiguo a la Casa Museo Lino E. Spilimbergo. Allí pasamos largas horas de aprendizaje y comunión. Fue un vibrar simultáneo que intentó alumbrar un tono, una música común, con las partituras de la medicina y la ejecución de la pintura. Ciencia y arte se necesitan y no pueden prescindir una del otro en la lectura del cuerpo. Se entrelazan de manera indisoluble: percibimos la belleza en la ciencia y la técnica en el arte”. Sin embargo, pretenden algo distinto y lo logran, no se trata, según Presman, “ni literatura, ni pintura”, sino “una conjunción de fruto incierto, como la mixtura de genes y gametos”.

¿Por qué el cuerpo humano?

Sin duda, hay varias razones, pero una poderosa: “hace décadas que ambos trabajamos con el cuerpo humano. Hemos observado con los ojos del artista y del médico a miles de personas desnudas, rastreando la historia afectiva y la enfermedad, buscando el ser que habita esos cuerpos”.

Hermosa conjunción: “se trata de descubrir un cuerpo objeto y sujeto. Nos alienta la convicción de percibir en las entrañas un alumbramiento próximo que nos llena de vida. Una pulsión alquimista de fundir el oxígeno de la pintura con el hidrógeno de las palabras y ver nacer el agua”, afirma el encargado precisamente de las palabras, mientras el maestro juega con los trazos, los colores, las dimensiones, garabateando sobre una tela.
La definición es clara: “El cuerpo es la materia donde sucede la vida y también la muerte”, escribe Presman y suma otras aproximaciones, cada vez más cerca de asir el sentido, de ir a su búsqueda a través de esas dos manifestaciones del arte: la pintura y la medicina.

  • Con él, cada uno interpreta un papel distintivo, único, e interactúa con otros. El cuerpo siempre es una sociedad.
  • La especie humana, además de modificarse desde el momento mismo en que se unen espermatozoides y óvulos, cambia con la historia personal de cada uno. La biología se transforma con la biografía. Ese cuerpo biográfico, además, sucede en un tiempo histórico y cultural. La convivencia, el medio ambiente, la historia y las diversas pautas culturales nos atraviesan.
  • (Apela a Borges para decir) que “el cuerpo es la síntesis material de lo heredado, de nuestras conductas. Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.
  • No sólo las cirugías dejan huellas inevitables en nuestro cuerpo, también lo hacen la violencia, el hambre, el sol, el frío, la abundancia, el encierro, los accidentes.
  • El cuerpo es la escenografía, el territorio, donde cada cual con lo que hereda construye su identidad física. Eso ocurre con todos: los deportistas, las modelos, los artistas, los intelectuales, los obreros, los maestros, los médicos… El cuerpo es nuestra propia obra de arte, una escultura que moldeamos cada día. Muestra lo que nos oculta, como la punta de un témpano que nos obliga a sumergirnos para poder dimensionar, desde la profundidad, la verdadera magnitud del ser humano. El lenguaje nos permite bucear. Somos personas porque nos comunicamos simbólicamente, porque hablamos, porque somos dueños de un lenguaje. La palabra, que es la herramienta más poderosa para que el cuerpo se exprese, a su vez, lo conmueve.

El Ojo, como ejemplo de la aventura Alonso-Presman

Cuando Francisco Toledo terminó de leer el Manual de Zoología Fantástica de Jorge Luis Borges, se propuso ilustrarlo con sus dibujos. Para entonces el escritor ya estaba ciego. El pintor cerró los ojos de manera natural para imaginar cada uno de esos animales irreales. Le sorprendió que ese gesto, tantas veces repetido, le permitiera alucinar para construir las imágenes más extraordinarias. Pensó si acaso la ceguera del escritor no había favorecido la visión de ese zoológico fantástico. Así alumbró la idea que es el final de esta historia.
Aquella mañana, en su Oaxaca natal, Francisco Toledo tomó la decisión de crear un museo para ciegos con pinturas contadas y esculturas en las que está prohibido no tocar. El nombre del museo: Jorge Luis Borges.

¡Ojos que a la luz se abrieron un día, para después, ciegos tornar a la tierra, hartos de mirar sin ver! Antonio Machado, «Proverbios y cantares», XII.

En la novela Ensayo sobre la ceguera, José Saramago presenta a un conjunto de personajes que padecen una pérdida contagiosa de la vista y van quedando con la visión en blanco. Los no videntes aprenden a ver con las manos, las que utiliza el pintor sobre la tela en blanco.

Usamos la expresión «dar a luz» para aludir al comienzo de la vida. Al nacer abrimos los ojos y lloramos. El mundo exterior parece ingresar a través de nuestra mirada. La curiosidad humana convoca a buscar con los ojos el sentido del universo.

El ojo es el inicio de las relaciones, del amor a primera vista. La mirada y su profundidad vinculan a las parejas. Cuando nos separamos nos decimos «hasta la vista», «nos vemos». La mirada del otro hace también a mi existencia. Mirar y ser mirados, enceguecer y pasar inadvertidos. Ver para creer. Como dice una estrofa de la canción «Mirada» de Jaime Roos: «Por la mirada se siente frío,/ se sabe cuándo pasar o doblar la apuesta,/ cuándo correr y abrazar/ y cuándo cantar te quiero».

El órgano ojo, como todos los órganos, también sufrió transformaciones en la evolución; fue educado según las culturas, se enfermó y se curó con ellas.

El hombre desarrolló de manera exquisita la visión estereoscópica y pancromática; sin embargo, la mujer distingue mejor los matices de los colores, mientras el varón está mejor dotado para ver a la distancia y registrar los movimientos rápidos. Esta diferenciación tal vez provenga de millones de años atrás, cuando el hombre salía a cazar y la mujer recolectaba los frutos maduros. Cierto entrenamiento con aprendizaje nos permite percibir las tormentas y leer el río donde se procura la pesca o anuncia la creciente, y también interpretar y gozar de las obras de arte.
Los oficios nos deforman la mirada: odontólogos que no pueden alejarse de las piezas dentarias; arquitectos que miden las líneas y se detienen en las decoraciones; abogados especialistas en la letra chica de los contratos; médicos cultores del mítico ojo clínico, el del doctor Watson acompañando a Sherlock Holmes.

Con la mirada hacemos diagnóstico, aun del ojo mismo. El pintor Claude Monet padeció de cataratas y Edgar Degas, una maculopatía. Ambos cultores del arte
abstracto, en el crepúsculo de sus vidas. ¿El impresionismo surge de un problema visual? Van Gogh padecía xantopía, que exageraba la presencia del amarillo en su visión; además de beber absenta, al igual que Pablo Picasso, cuyos efectos eran alucinaciones visuales. El Greco (Domenikos Theotokópoulos) padecía un astigmatismo que influyó en su particular estilo. Pedro Pont Vergés, tras su accidente vascular, sufrió una hemianopsia que hizo que la mitad de sus cuadros se transformaran con la blanca ceguera de Saramago.

Celia Katz me habló sobre las patologías oftálmicas y me pidió expresamente que respetara sin juicios el mundo interno, con sus colores, de los no videntes. En décadas de profesión, jamás pudo olvidar el caso de un joven que, tras nacer ciego, recuperó la visión con el avance científico y al año se quitó la vida.

El ojo nos traduce luces, colores y formas, pero en ocasiones nos miente, nos engaña, se independiza y nos hace ver lo que él quiere y de la forma que él desea, y nosotros jamás nos enteramos. Tanto para ver como para no ver.

Ahora es tiempo de abrir bien los ojos y mirar, cerrarlos y sentir el arte de Carlos Alonso.

 

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