El rechazo en nombre de la ciencia

El rechazo en nombre de la ciencia

El tema regresa de tanto en tanto. En un contexto histórico de enormes desafíos políticos, sociales, culturales, en el que el ser humano debe afrontar crisis de todo tipo, se han creado las condiciones para la búsqueda de respuestas rápidas y fáciles a problemas complejos. Incluidos los temas vinculados directamente con la salud. Una vez más se habla de “terapias alternativas”, que en esta nueva aparición viene adosada de un pensamiento discriminatorio hacia los médicos y la medicina. Ethica Digital dedica su informe especial, al tema, según la mirada del presidente de nuestro Consejo de Médicos.

Los datos

Hacia fines del pasado año, reapareció con renovada fuerza otra faz de la crisis del sistema de salud, que se ha convertido en un problema central, tanto a nivel provincial como nacional. El periodista Lucas Viano, publicó en La Voz del Interior, el 30 de noviembre pasado, que “el 27,25 por ciento de la población mayor de la ciudad de Córdoba reconoce que usa medicinas alternativas y complementarias”. Y añade: “que su uso está más generalizado entre las personas de 30 y 59 años (más del 30% y en el nivel socioeconómico más alto”. El dato llama a la reflexión, aunque es preciso aclarar antes que nada, de que no se trata en honor a la verdad de “medicinas alternativas”, porque hay una sola medicina que es la que está basada en la ciencia.

En cada momento de profundización de la crisis que vivimos aparecen o reaparecen, con cierta fuerza, ofertas “milagrosas” y conductas anticientíficas, como las llevadas a cabo –a niel de ejemplo- por los movimientos anti vacunas en el contexto de la pandemia que no tocó vivir y que no está superada. Los datos de Viano, en este caso, están basados en una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS), de la Universidad Nacional de Córdoba y el Conicet.

Por lo general, más allá de la nota a que hacemos referencia, tales expresiones negadoras de la ciencia, vienen acompañadas permanentemente de una opinión discriminatoria, hacia la medicina y los médicos, base de la estrategia publicitaria de estas soluciones milagrosas, que suelen encontrar eco privilegiado en algunos medios de comunicación públicos y alternativos.

Esta actitud discriminatoria que suele manifestarse incluso, en ciertos sectores de la sociedad, con agresiones verbales y hasta física contra el personal de salud, por ciudadanos airados por motivos que por lo general tienen sus orígenes en los sistemas de salud, más que en los trabaja[1]dores, del que somos víctimas tanto los médicos, como los pacientes. Suele ser una reacción ante la realidad compleja de acceder a un servicio de salud.

No queda allí la actitud discriminatoria a los médicos y a la medicina. Como lo muestra la encuesta del CIECS, dentro de ese 27, 5% que acude a las terapias no científicas, un 44,7% forma parte de sectores con cierto nivel cultural, que recuperan una antigua acusación, por cierto falsa de toda falsedad, acerca de una supuesta “incapacidad médica para entender humanamente el acto médico”, o más directamente de “insensibilidad ante el dolor del paciente”.

Lo hemos dicho y lo repetimos: apreciaciones temerarias que nivelan al médico y al personal de salud en general con una suerte de robot, que actúa mecánicamente aplicando una mera programación técnica. En este caso, los detractores apelan a técnicas algo más sofisticadas, cuyos promotores tratan de difundir, como más eficientes que la verdadera y única medicina, que es –como dijimos[1]la que se basa en el desarrollo científico de la humanidad.

Para esta estrategia de divulgación, nada vale que los médicos deban estudiar seis años para acceder al título, tres años más para dedicarse a una especialidad, renovar sus conocimientos cada cinco años y no precisamente desde una torre de marfil, sino de convivir con los pacientes, a trabajar con el dolor, a sentir una gran alegría cuando logramos vencer una enfermedad y un profundo dolor cuando un paciente se agrava o lamentablemente muere. Los médicos no somos robots, que solo disponemos de una técnica ajena a la vida real. Crítica intencionada de los que optan por la magia en detrimento de la ciencia.

Otro tanto ocurre con los medicamentos, a pesar de los abusos de la industria farmacéutica, que tienen un largo proceso de investigación antes de ser aprobados para su uso medicinal. El gran epistemólogo físico y pensador Mario Bunge, recordaba el caso de la tuberculosis, como ejemplo. “Hasta mediados del siglo pasado, los tisiólogos no podían recomen[1]dar sino reposo, higiene y aire puro. De allí que proliferasen los sanatorios de montaña para tuberculosis pudientes. La primera droga eficaz contra el bacilo de Koch fue el antibiótico estreptomicina, como lo mostró el ensayo aleatorizado exitoso, diseñado y ejecutado en 1946 por el equipo británico dirigido por el inminente bioestadístico Austin Bradford Hill. Nada de esto hubiera ocurrido si las investigaciones previas de bioquímico y bacteriólogos que no miraban a tuberculosos sino a microbios, valiéndose de ideas e instrumentos ajenos al hospital común, en el que no se investiga. En resumen, la quimioterapia fue hija de la investigación básica, no del tanteo a ciegas, por ensayo y error”. No es el caos de las llamadas terapias alternativas.

Una crisis dentro de otra

Hace diecisiete años, Mario Bunge, en diálogo con Daniel Flichtentrel, director de la Revista Digital IntraMed, señalaba que el ejercicio de la medicina es multifacético y complejo. “Como toda acción humana, la práctica médica no es autónoma, sino que está emparentada con campos muy diversos, desde el comercio y la política hasta la ciencia y la filosofía”

La crisis de los sistemas de salud, que los argentinos vimos desde hace mucho tiempo, está vinculada a una crisis mayor, de alcance civilizatorio. Los problemas ambientales, el crecimiento imparable de las zonas de pobreza, los fracasos de la política y de la economía, las guerras en sus distintas modalidades, el resurgimiento de los fundamentalismos, la pérdida de valores como es el caso de la salud y la educación que dejan –en los hechos- de ser derechos para convertirse en mercancías. Sentimos la sensación de vivir en una encrucijada histórica sin encontrar la salida.

Esta crisis global no tiene sus orígenes en la pandemia, sino que la pandemia es más bien una consecuencia de ella. Se conforma así un contexto propicio para el resurgimiento de la oferta de tratamientos anticientíficos, que necesariamente incluyen la crítica discriminatoria a los médicos y a la medicina basada en el desarrollo científico y tecnológico en el cuidado de la salud.

Ciencia o magia, la disyuntiva

El debate no es nuevo y se mantiene en la reiteración de los argumentos. El meollo de la discusión está si existe o no un método científico en estas propuestas supuesta[1]mente alternativas. Método que tiene sus reglas, sus procesos de validación. Han aumentado los artículos sobre estas alternativas falsas, incluso en algunas revistas médicas, pero como sostiene el investigador Pablo Young, desde hace tiempo, hasta la fecha no hay estudios estadísticos que puedan servir de fundamento a éstas, por ahora al menos, milagrosas opciones.

No se trata de un mero rechazo de intereses contra[1]puestos. La biomedicina reconoce que en casos concretos no dispone de soluciones eficaces para manejar algunas patologías crónicas o en las enfermedades terminales. Pero más allá todavía, al reconocer que ciertas prácticas pueden asumir un rol relevante en la contención emocional del paciente en estos casos, lo que no significa que estemos ante un tratamiento médico sino ante un efecto placebo. Sigue teniendo validez lo que sostenía Bunge hace más de 10 años: lo que hay es “una amplia panoplia de terapias sin base ni comprobación científica”. Y su agregado: “casi siempre son ejercidas por individuos sin preparación médica o por médicos que ocultan sus diplomas universitarios para poder ejercer como chamanes”. Y añade: “El método científico ofrece los resguardos que ninguna otra forma de encarar un problema puede ofrecer: conciencia de sus límites y pruebas que demuestren lo que se afirma”.

Perdón por citarlo profusamente pero su conclusión es lo más adecuado: “Las teorías acerca de lo que son la salud, la enfermedad y las terapias no nacen por generación espontánea a partir de una colección de datos empíricos aislados. Son el producto de un riguroso trabajo intelectual que establece relaciones entre ellos y busca datos que corroboren o refuten sus hipótesis, desde el origen de una enfermedad hasta los mecanismos que explican el éxito de algunas terapias y el fracaso de otras. Toda la medicina propiamente dicha, a diferencia de la curandería, ha buscado y usado datos empíricos sobre los pacientes y su entorno, toda la medicina moderna está basada en la evidencia”.

El trato al médico

“El origen de la medicina fue inspirado por el deseo de un mayor conocimiento del ser humano y también estuvo asociado a rituales, pensamiento mágico y adoración a invenciones sobrenaturales. Pero su historia estuvo impulsada desde el inicio por el deseo de evolución, lo que llevó a quienes se abocaron a ella a verdaderos sacrificios en pos de hallazgos que se tradujeron –a través de las diferentes eras- en un mayor bienestar y en la extensión de la expectativa de vida de la población.

En ese devenir, el trato hacia quienes la ejercieron también sufrió una transformación: desde la persecución en épocas prehistóricas, cuando sus prácticas se solapaban o interferían con el culto a una divinidad, hasta la máxima veneración durante buena parte del siglo 20, cuando la palabra del médico tenía valor de verdad y poderosa influencia.

Pero siempre hubo un sector de la sociedad –cuya ampliación es lo que ahora nos sorprende- que miró con suspicacia el avance de la medicina, creyendo ver en ella un distanciamiento de lo natural y también de lo espiritual. En sentido inverso, están también quienes nos atribuyen la única responsabilidad del estado físico de los pacientes, negando – también desde un pensamiento mágico- la idea de finitud.

Es así como el trato hacia nosotros se ha ido degradando y la pérdida de respeto se manifiesta de múltiples formas: desde la agresión lisa y llana de quienes no escuchan de nosotros la respuesta que esperan en el marco de la relación médico-paciente o médico-pariente, hasta el bajo reconocimiento económico de nuestra tarea, que ha quedado cada vez más rezagada, debajo de actividades que demandan menos años de capacitación y esfuerzo.

La búsqueda de respuestas fáciles en prácticas no basadas en la evidencia es una forma más de denigración de nuestra acción profesional y ha minado el reconocimiento de los magníficos avances de la ciencia. No somos todo poderosos, ni nos mantenemos ajenos al deseo –y hasta lo impulsamos- de un mayor contacto con la naturaleza y de formas de espiritualidad que nos brinden alivio. Solo nos preocupan aquellas actividades de oportunistas que creen interpretar o personificar esa búsqueda de espiritualidad y la contraponen a la ciencia.

Dr. Héctor Rolando Oviedo
Presidente Consejo de Médicos de la Provincia de Córdoba

 

 

 

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