Relación médico-paciente: Un espacio de calidad para defender

Relación médico-paciente: Un espacio de calidad para defender

La relación médico-paciente ha sido considerada central en la atención de la salud. Hoy esa relación virtuosa está en crisis. Los sistemas de salud, basados en una concepción economicista, la dejaron atrás. No figura en sus planes, pero sigue siendo indispensable para el ejercicio de una buena medicina. Junto a los reclamos por honorarios dignos y mejores condiciones de trabajo, se debe incluir la recuperación de este principio, en defensa de nuestra dignidad y la del paciente. Por una medicina humanista, que parte de reconocer que la salud es un derecho, no un negocio. Ethica Digital presenta opiniones de colegas que analizan las causas de la crisis y la necesidad de su defensa (Luis Rodeiro). El texto pertenece a Alejandra Beresovsky.

La reivindicación de mejores condiciones de trabajo que realizamos los médicos a fines del año pasado se concentró en el reclamo salarial, pero no se agotó en él. Los médicos –y también los pacientes- necesitamos un cambio urgente en las condiciones de trabajo. El objetivo es recuperar en todo su valor el vínculo que nos une con quién acuden a nosotros a buscar no solo un diagnóstico, sino también una escucha, un espacio de encuentro, la calidez de sentirse acompañado en su situación.

La acumulación de turnos para sumar ingresos dignos de una profesión que demanda un mínimo de nueve años de formación conspira contra una relación médico-paciente que satisfaga a ambas partes. Al profesional, además del escaso tiempo para atender, se le suma otro problema: la burocratización de la prestación. La necesidad de completar datos, entregar documentación a las prepagas u obras sociales son parte de un trabajo que se ve resentido en calidad y calidez.

Esta situación no es nueva. Ya lo decía en 2000 el Dr. José M. Ceriani Cernadas en un artículo publicado en el diario Clarín: la mercantilización de la salud ha tenido un impacto en la relación médico-paciente. También lo había subrayado el Dr. Aquiles J. Roncoroni a fines de 1999, en una conferencia que se tituló “La ética médica en el mundo del mercado”.

Roncoroni mencionó que la relación médico-paciente “está en trance de perder su cualidad fundamental de una relación amistosa e interactiva entre seres humanos, a una vinculación a veces conflictiva”. Y añadió: “En esta nueva relación, el médico debe elegir entre los intereses del paciente, física y emocionalmente vulnerable, confiado en su responsabilidad fiduciaria y las disposiciones de los administradores, solo interesados en el éxito económico de la incorporación”.

Estos condicionamientos no permitían ser optimistas sobre lo que traerían los años por venir. “El cuidado de la salud al fin del milenio se ha convertido, entonces, en una práctica crecientemente insalubre para la integridad moral del médico y también crecientemente insatisfactoria para los ancianos y pacientes crónicos y/o complejos, así como para el progreso médico”, añadía.

Ha habido muchos cambios en la relación con los pacientes, a los que cada vez menos llamo ‘pacientes’, porque la cultura de la inmediatez hace que busquen respuestas más rápidas. Actualmente, más que nada, los escucho para ver cuál es realmente la demanda que tienen, porque ya no vienen a buscar un tratamiento y nada más”, afirma, en diálogo con ETHICA la Dra. Ingrid Strusberg, miembro del Comité de Contralor de Reumatología del Consejo de Médicos. “La mayor parte de las consultas son porque se generó un vínculo, debido a que las enfermedades crónicas permiten esta llegada recurrente de la persona que sufre una enfermedad. Ellos quieren saber nuestra opinión, por la confianza que les hemos despertado”, añade. Y completa: “La opinión puede ser no solo sobre un tratamiento, sino también sobre cómo modificar algunos hábitos de vida, algunas cuestiones vinculares, que son muchas veces los problemas que hacen que se despierte la enfermedad, no solo reumática, sino también de otros aparatos y sistemas”.

Para que el vínculo con el paciente se sostenga y enriquezca, es clave que no dejen de percibir al profesional de la salud en toda su humanidad. Así lo subrayaba el fallecido, pero siempre presente, Dr. Mario Daniel Fernández, quien fue presidente de nuestra entidad en un artículo publicado por la revista ETHICA en 2010: “Eso somos. Seres humanos y médicos. Unidad indisoluble. Muchos ven solo al profesional, olvidándose del hombre o la mujer que ejerce la profesión de médicos. No somos solo técnicos, ni meros aplicadores de un conocimiento. Somos seres humanos que trabajamos con seres humanos, nada menos que en su salud”. “Cada paciente es un universo personalísimo que tenemos la obligación de desentrañar. Y no somos dioses, ni magos, ni héroes. Somos hombres y mujeres, con las grandezas y las debilidades propias del ser humano”, añadía.

Y proseguía: “No es fácil. Sentir el orgullo de ser médico y, a la vez sostener una lucha desigual por ganarse la vida, por disponer de mejores condiciones de trabajo. El orgullo de ser médico y resignarse a aceptar un salario indigno, porque es una cuestión de supervivencia, de necesidad”.

El enorme valor del vínculo médico-paciente también era destacado por el gran sanitarista Florencio Escardó, quien aseveraba: “(…) Cuando el enfermo busca al médico no busca solo que este le cure la enfermedad: quiere además que lo ayude y acompañe en el desorden vital que esa enfermedad le implica. A nombre teórico de un reclamo técnico la gente busca en el médico un contacto humano; no le basta un hombre que lo cure: exige también un hombre que lo ayude a curarse, que le convenza de que debe curarse, que lo anime a curarse y que le prometa pronto y vivamente que se puede curar”.

Escardó aclaraba las circunstancias por las cuales esto era tan desafiante: “Eso no ocurre en un ambiente pitagórico y dialéctico, sino en la vecindad tempestuosa de la angustia. El médico es el hombre de la aflicción y de la duda, de la premiosidad y del conflicto, el testigo inexcusable de los grandes momentos definitivos: el nacimiento, la impotencia, el dolor y la muerte, esos instantes en que la vida humana está asistida por el temor y la incertidumbre”.

Hay circunstancias en la que la relación médico-paciente adquiere características particulares, cuando la enfermedad conlleva momentos más difíciles de atravesar, como en la patología oncológica.

“La relación médico-paciente, como toda relación, se inicia con expectativas fundantes. En el caso de la medicina, estas expectativas involucran las expectativas del médico, de curar, y la del paciente, de ser curado. Esa relación transita distintos momentos que pueden modificar sensiblemente esas expectativas”, desarrolla Gabriela Florit, médica psiquiatra, psicooncóloga y miembro del Comité de Contalor de Cuidados Paliativos. “En lo particular, en la consulta oncológica, identificamos esos momentos como instancias de mayor vulnerabilidad”, agrega. Cita, por ejemplo, el momento del diagnóstico, el impacto de lo inesperado, el tratamiento, con la posibilidad de efectos indeseados y situaciones de recaída, con los consecuentes efectos emocionales de frustración y de temores.

“En ese recorrido sensible y prolongado, la confianza y el respeto construido en esa relación, pueden posibilitar un tipo de comunicación en la que el médico no sea un mediador efímero entre la tecnología y la ciencia por un lado, y el paciente por el otro”, continúa. Y añade: “También para posibilitar que el paciente ejerza su autonomía y participe activamente en la toma de decisiones en lo que se refiere a su enfermedad y el tratamiento. En una época en la que acceder a información sobre enfermedades y tratamientos está al alcance de una mayoría, el valor de la relación con el médico reside en la posibilidad de singularizar”. Florit detalla que se singulariza la trayectoria de una enfermedad, la adecuación al tratamiento, la evaluación de la posibilidad de una curación, etcétera. “Es decir, singularizar y adaptar de acuerdo con la particularidad de cada paciente”, completa.

Por su parte, el Dr. Carlos Presman, especialista en medicina interna y terapia intensiva, aclara que los condicionamientos y la vorágine de la vida cotidiana afectan a ambos miembros del binomio. “Estamos viviendo tiempos donde los pacientes no tienen tiempo para ir al médico y los médicos no tenemos tiempo para atender a los pacientes, y así vivimos consultas sin tiempo, de diagnóstico y tratamiento”, admite. Asevera, asimismo, que la tecnología se convierte en muchos momentos en un obstáculo y es otro elemento que interfiere en la relación. “A veces confundimos los métodos complementarios con que nosotros seamos complementarios de esa tecnología”, grafica. Y reflexiona: “Así, atravesados por urgencias de tiempo y necesidades tecnológicas, tratamos de sostener de la mejor manera posible y de una forma que sea sustentable económicamente el ejercicio profesional”.

Presman considera que no es poco lo que se pone a prueba. “¿Qué es lo que está en juego? Probablemente, la misma esencia del ejercicio de la profesión”, resume. Manifiesta, además, que hay una tarea pendiente: “Tenemos que recuperar la dignidad y la capacidad intelectual que ponemos en desafío ante la posibilidad del diagnóstico. Por eso, tratemos dentro de lo posible reivindicar que nuestro trabajo vale y debe ser remunerado, debe ser respetado, debe escapar del escenario de violencia en el que nos encontramos. Y debe escapar a la urgencia de los tiempos, o la presión de rentabilidad de los métodos complementarios”. “Creo que ahí nos jugamos nuestra voluntad, sabiendo y estando convencidos de que no alcanza con estar al lado del paciente, sino que hay que estar del lado del paciente”, concluye.

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