El desafío de ser cirujana general en las décadas del 70 y el 80
Testimonios de protagonistas: Dr. Mirta Roatta.
En las décadas de 1970 y 1980 era para las mujeres un desafío ser cirujanas generales. Hubo que luchar contra nuestros propios prejuicios, contra los prejuicios de la sociedad y contra los prejuicios de los médicos, en general, de esa especialidad. Y también con los prejuicios de los pacientes, no sólo hombres, sino también mujeres.
Creo que fue un hecho muy importante para el pequeño grupo de mujeres estábamos en el Hospital Nacional de Clínicas lograr avanzar en esa especialidad. ¿Cómo hicimos para conseguir nuestro lugar? Trabajamos duramente, éramos muy eficientes, teníamos una gran empatía con los pacientes, y teníamos un alto grado de responsabilidad. Por lo general, éramos las que manejábamos los pre y los post operatorios.
A veces, entrábamos al quirófano, pero ahí estaba la dificultad: en la formación técnica; ahí notábamos que nos dejaban un poco de lado. Hasta que tuvimos que demostrar, justamente, lo que dije anteriormente: que éramos eficientes, trabajadoras y muy empáticas con los pacientes. Entonces, en ese momento empezaron a cambiar las cosas para este pequeño grupo.
Algunas mujeres de ese grupo renunciaron a ser cirujanas y se dedicaron a especialidades clínicas. Otras, se quedaron y terminaron haciendo después especialidades relacionadas con la cirugía, como, por ejemplo, ginecología, gineco-obstetricia, ORL, flebología.
Yo seguí ejerciendo la cirugía general; pero, en algún momento, una empezaba a advertir que en las reuniones científicas no era escuchada de la misma manera que a los hombres.
Entonces, mi maestro, el profesor Carlos Hernández, me dijo que hiciera la tesis doctoral. Y ahí cambió la situación, porque de ser “señora médica”; pasé a ser “doctora”. Era 1982, tenía 32 años y fui la primera mujer que se doctoró en la Sala 46 del Hospital de Clínicas. Tres años después, fui profesora y, después, decidí hacer otra especialidad, que fue la cirugía plástica. Finalmente, terminé haciendo la especialidad que me permitió sobrevivir en la pandemia, porque trabajaba de forma virtual: la auditoría médica.
Siempre digo que fue un desafío en lo personal, pero también en lo social, en lo médico, en lo científico. Si alguien pregunta si este grupo de mujeres pequeño abrió puertas y fue pionero, diría que sí, porque en los dos servicios quirúrgicos del Hospital Nacional de Clínicas hubo después ingresos de residentes médicas, al principio, en cuentagotas y después de manera más numerosa.
Todavía hoy, cuando hay mujeres cirujanas en ámbitos privados y públicos, hay lugares en donde tienen dificultades, aunque prueben que son buenas, que se ocupan, que son trabajadoras, que son estudiosas. Pero creo que a nosotras no nos fue tan mal, porque sintetizamos la capacidad de trabajo, la responsabilidad, el ocuparnos de los pacientes en forma muy intensa. Eso permitió que los profesores nos enseñaran, porque eran los hombres los que nos enseñaban a operar.
La parte clínica se aprende de distintas maneras, además de los libros, además de las clases, pero la parte técnica de la cirugía la tenían que enseñar los hombres, por eso no podíamos pelearnos.
Al final de los tiempos, ya tras la jubilación, uno tiene el gusto de recordar aquellos hombres que dieron vuelta su mente para aceptar a las mujeres, que nos enseñaron, que fueron los grandes maestros, tanto en el Servicio de Cirugía 4/6 como en el Servicio de Cirugía 3/5 del Hospital de Clínicas.
Actualmente, muchas mujeres que pasaron por el hospital hoy están en distintos lugares del país, ocupan roles importantes y son respetadas.